12 de agosto de 2010

Miguel Hernández: Paz, Piedad y Perdón

 Miguel Hernández en Matadeón de los Oteros

Queremos darles las gracias a todos por su amable acogida y su grata compañía.

El acto de hoy ha sido sustancialmente lírico y, al mismo tiempo, con la poesía y la palabra como herramientas, inevitablemente dialéctico y, en consecuencia, político. Es otra oportunidad más que nos brinda la cultura, que no desaprovechamos, para reconciliarnos con la memoria de unos hechos que si bien a nuestra generación nos son ajenos temporalmente, no dejan de ser los más traumáticos y ensangrentados de la historia de nuestro país y que requieren un acercamiento sosegado, desde el estudio y para la reflexión, desprovistos de pasión y guiados únicamente por la razón, puesto que esta es la más valiosa e ilustrada de las pertenencias que encontramos en la hijuela recibida por los mejores de nuestros antepasados europeos.

Parafraseando al filósofo Manuel Reyes Mate, lo que ha movido al mundo no han sido nuestros sueños de nietos resueltamente felices, sino el recuerdo de los abuelos humillados, y cuya herida, como la de Miguel Hernández, hoy, con el centenario de su nacimiento como pretexto, restañamos.

Con tanta distancia temporal, esta velada y estas breves palabras no tienen el mismo valor que las pronunciadas por Manuel Azaña en plena Guerra entre españoles en el Ayuntamiento de Barcelona, que hoy rescatamos y con las cuales nos despedimos hasta pronto: “Es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros [los republicanos] queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón.”

Gracias.

Matadeón de los Oteros, 4 de agosto de 2010

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