16 de marzo de 2011

Diario / Relojes a deshora

El tiempo mide la vida. O la vida la medimos con el tiempo (que tanto monta). El tiempo, decía, va pasando implacablemente a golpe de aguja de reloj. Implacable como la lluvia cuando golpea en el cristal de la ventana, al tiempo que Silvio Rodríguez llena de música los rincones de tu lado y los cláxones, que exteriorizan ese quemazón ciudadano que produce la rutina, los del otro. La vida es un cruce de caminos rutinarios. Las rutinas se cruzan. A veces también se separan para siempre o solo transitoriamente. Un desvío rutinario y, zas, te quedas privado de una conversación aromática en torno a un café ameno, sí de esos en las cuales se arregla el mundo y se marcha uno con la conciencia tranquila para casa. Ni ayer ni hoy arreglé el mundo, cierto, pero aún estoy a tiempo, mi reloj no se detiene, aún tiene cuerda. Y aún es posible. Arreglar el mundo, digo.

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