9 de agosto de 2016

William Faulkner - Las palmeras salvajes

"Era el exacto mediodía: el aire estaba muerto, las sombras manchadas yacían inmóviles en sus rodillas, sobre los seis billetes en su mano, los dos de veinte, el de cinco, los tres de uno, oyéndolos, viéndolos: 
     —Toma el cheque otra vez, no es mío. 
     —Ni mío. Déjame hacer lo que quiero, Francis. Hace un año me dejaste elegir y elegí. Me quedo con eso. No quiero que te retractes, que rompas tu promesa. Pero quiero pedirte una cosa. 
     —A mí, ¿un favor? 
     —Si quieres. No espero una promesa. Quizá lo que trato de expresar no es más que un deseo. ¡No una esperanza!, un deseo. Si algo me sucede… 
     —Si algo te sucede. ¿Qué quieres que haga? 
     —Nada. 
     —¿Nada? 
     —Sí. Contra él. No lo pido por él ni siquiera por mí. Lo pido por… por… ni siquiera sé lo que quiero decir. Lo pido por todos los hombres y todas las mujeres que vivieron y erraron pero con los mejores propósitos y por todos los que vivirán y errarán pero con los mejores propósitos. Acaso por ti, ya que tú sufres también, si hay algo que realmente es sufrir, si alguno de nosotros ha sufrido, si alguno de nosotros ha sufrido con bastante fuerza y con bastante bondad para ser digno de amar o de sufrir. ¿Quizá lo que quiero decir es justicia? 
     —¿Justicia? 
     Ahora escuchaba la risa de Rittenmeyer, que no se había reído nunca porque la risa es la barba escasa de ayer, el negligé de las emociones. 
     —¿Justicia? ¿Eso a mí? ¿Justicia? 
     Ahora ella se levanta; él también, se enfrentan. 
     —No he pedido una promesa —dice ella—, hubiera sido demasiado pedir.
     — A mí. 
     —A cualquiera. A cualquier hombre o a cualquier mujer. No sólo a ti. 
     —Pero soy yo el que no te promete nada. Recuerda, recuerda. Yo dije que podías volver cuando quisieras y que yo te recibiría en mi casa a lo menos. ¿Pero puedes esperar eso otra vez, de algún hombre? Dime, has hablado de justicia; dime eso. 
     —No lo espero. Ya te dije que lo que trataba de decir era esperanza..."

Las palmeras salvajes, William Faulkner (traducción de Jorge Luis Borges, Siruela, 2010)

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